abril 20, 2024

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Los caminos de la democracia iliberal

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Varios de los adeptos del Rechazo querrán olvidar el Frente Juvenil de Unidad Nacional, aquella organización militante creada en 1975 por Jaime Guzmán, como brazo social de la dictadura. Querrán dejar en la historia remota que quien la presidía era el general Pinochet, que promovió el ritual de Chacarillas hasta donde llegaron, entre otros, el cantante José Alfredo Fuentes y el humorista Coco Legrand, amén de sus dirigentes más activos, algunos de los cuales habrían de ejercer un liderazgo de primera línea hasta bien entrado el siglo XXI. Tales son los casos de Andrés Chadwick, Patricio Melero y Cristián Larroulet, que en sus comienzos asumieron la conducción de la organización.

Los nuevos autoritarismos

A la luz de las dictaduras de viejo cuño, este antecedente no puede sino emular a las juventudes hitlerianas, a la fascista Gioventù Italiana del Littorio y a la FE de las Jons, la organización nacionalsindicalista española de José Antonio Primo de Rivera. Pero, bajo la democracia iliberal de Viktor Orbán en Hungría, el régimen turco de Recep Tayyip Erdogan o en el gobierno ruso de Vladimir Putin, el movimiento pinochetista pasaría a ser una entidad civil vernácula, republicana y democrática, parecida a lo que hoy se conoce como la Asociación del Movimiento Social Patriótico Militar Nacional del Ejército Joven de toda Rusia, creada hace ya siete años.

La Yunarmiya, por su nombre en ruso, depende del Ministerio de Defensa, y está conformada por una amplia gama de entidades juveniles de todo el país que reciben instrucción militar, usan uniforme y son instruidas en las ideologías nacionalista católica ortodoxa, el culto a la familia tradicional y la intolerancia hacia algunos colectivos, como los LGBTI. En este semillero se reclutan los nuevos cadetes y futuros miembros del Ejército, donde puede observarse una estructura vertical, disciplinada y autoritaria.

En esta dirección política, el pasado mes de mayo, el gobierno de Putin presentó una enmienda constitucional que va más allá del reclutamiento de jóvenes, cual es la fundación de un movimiento de la niñez y la adolescencia imbuido en «el desarrollo espiritual, moral, intelectual y físico integral de los niños, para educar en el patriotismo, en el sentido de pertenencia al Estado y en el respeto a las generaciones mayores». Originalmente denominada El Gran Cambio, la iniciativa, supervisada directamente por el presidente Putin, movilizará niños y niñas de 6 años de edad, hasta muchachos y muchachas de la enseñanza media. Profesores y textos escolares se aprontan, en consecuencia, a viajar por todo el territorio y, más allá de sus fronteras, hacia la ocupada Ucrania, para socializar la educación militar-patriótica.

¿Por qué sospechar autoritarismo en tales reformas, cuando en Rusia se dan todas las señas de identidad de una democracia de las instituciones? Porque, como lo revelan Sergei Guriev y Daniel Treisman, especialistas en el proceso político ruso, en una reciente publicación lanzada por la Universidad de Princeton, Spin Dictators: The Changing Face of Tyranny in the 21st Century, ya no estamos en presencia de puras dictaduras del miedo, como la de Pinochet, sino de dictaduras manipuladoras que se abstienen de la represión generalizada, pero que mantienen el poder valiéndose del manejo de la información y fingiendo el funcionamiento de la democracia. Esta es empleada para despertar adhesión y apoyo a los dictados del líder autoritario, especialmente, a aquellas directrices que cambian la naturaleza de las instituciones democráticas. Para ello se precisa una élite cooptada y sobornable que neutralice los mensajes en contra del autócrata y, en su defecto, o como complemento, previniendo la emisión de mensajes vergonzantes para el líder. Simplemente, el caudillo aplica la censura a los medios independientes y el bloqueo de las redes sociales, como Meta –tenida por organización extremista– y Facebook e Instagram, a través de VPN –bajo la imputación “muy legal” de ser agentes extranjeros–, en Rusia.

Los objetivos ideológicos pueden inventarse y exhibir un eclecticismo desprovisto de todo principio de contradicción. Se puede estar en contra de Occidente, pero, al mismo tiempo, ser aliado de algunos de sus miembros y ofrecerles el mejor armamento de guerra. Una caprichosa línea entre el bien y el mal se encargará de determinar y de explicar los límites. Porque el principal propósito de la propaganda es acrecentar la popularidad del dictador; no del Estado ni del régimen político. Él es el núcleo de la legitimidad de ejercicio necesaria para emprender los cambios deseados. Instalada la justificación institucional, el acoso a los opositores pasa a ser tarea de la justicia y de las policías, más que de la acción brutal de los aparatos de seguridad e inteligencia.

Manipulación y simulacro

Pero estas maneras de relacionarse, de formar la política y de extender la dominación autoritaria a espacios sociales otrora refractarios, no se consigue de la noche a la mañana, ni por una acción emprendida desde arriba hacia abajo, desde el poder central hacia una ciudadanía pasiva y diseminada. Es un proceso continuo y progresivo. Se logra operando sobre un caldo de cultivo preparado a lo largo del tiempo, y desde organizaciones huéspedes que van albergando a las personalidades autocráticas y asimilando sus prácticas. Es aquí donde se anidan los nuevos autoritarismos, y es aquí donde puede observarse la criatura que se está gestando en el huevo de la serpiente.

Por eso es tan crucial la crisis que están elaborando los dispositivos tránsfugas de la Democracia Cristiana que hoy se han activado a favor del Rechazo. Pues obedecen a una construcción política autoritaria destinada a provocar el quiebre de la colectividad, pero que, a diferencia de las rupturas pasadas –las que dieron nacimiento al Mapu y a la Izquierda Cristiana–, ahora buscan paralizar las funciones vitales de la organización, dejándola sin posibilidades de recuperarse y de prolongar su existencia. Luego, se trata de una operación terminal que, de no ser desactivada con oportunidad, tendrá repercusiones sobre la estabilidad y gobernabilidad políticas. Es un hecho que en la línea de fractura democratacristiana se juega el Gobierno de Boric y las oportunidades de cambio gradual y pacífico en el país. Y eso lo sabe la derecha, que destina millonarios recursos para asegurar su éxito, y también lo saben quienes han venido sirviendo a la derecha y a sus intereses, y que arriesgan su propio statu quo en esta misión.

Es la cara de un incipiente autoritarismo, que no necesita de justificaciones ideológicas ni normativas, porque la suya no es una fractura motivada por ideas, y ni siquiera es una impostura respecto de valores y principios propugnados. Es la sola reproducción del poder mediante la manipulación de la información. Es el asedio sistemático de las cadenas de El Mercurio, La Tercera, Canal 13, Televisión Nacional, Bío Bío, El Dínamo, Ex Ante, y sobre el 90 por ciento de la propaganda pagada en redes sociales. Es el poder político y económico de la elite que, cuando no le es posible tergiversar, falsear y domesticar la opinión, entonces interviene crudamente, como en La Red o en ‘Estado Nacional’ de TVN. Es el hostigamiento impúdico y sin más contrapeso que la verdad, la fe democrática y la unidad que el conglomerado ha podido oponerle.

Así pues, el subjefe de la bancada de senadores denuncia que en su corto desempeño la directiva ha estado envuelta en divisiones y escándalos. El último de los vicepresidentes de minoría califica como golpe de Estado el pronunciamiento de la mesa sobre el retiro de la querella contra Fuad Chahin, e imputa a la senadora Yasna Provoste querer ejercer un gobierno de facto en la DC. Otra vicepresidenta de minoría afirma que el timonel de la tienda ha sido anulado (sic). El propio Chahin se queja de ser víctima de una trama de intrigas que atribuye a la miseria humana y política de sus adversarios. Los expresidentes, que para estos efectos actúan de modo corporativo, acuden a socorrerlo y a blindarlo frente a las supuestas agresiones. Creen que pueden actuar de cualquier manera, siempre que ofrezcan un pretexto.

Este es el lenguaje agraviante y oprobioso empleado en el conflicto interno, el que comparado con el reservado a la estigmatización de la Convención y al mismo texto constitucional, es una minucia. Ignacio Walker refiriéndose a la propuesta ha afirmado que se trata de un engendro, confesando con ello su temor a que la gente real sea remplazada por los otros amenazantes, y poniendo de relieve lo que por décadas se ha escondido tras palabras de buena crianza, a saber, que el odio provocado contra las minorías étnicas es una amenaza real en Chile. Viene al caso evocar la exhortación de El Mercurio de Valparaíso del 1 de noviembre de 1860, donde llamaba a reducir a los indígenas y a tomar posesión de sus importantes y ricas campiñas, pues encerraban la riqueza y el porvenir de la República… Walker, al mismo tiempo que pide perdón al país por el comportamiento de su partido, emplea las tribunas públicas para minar la institucionalidad de su colectividad.

Después de esta deplorable experiencia parece comprensible que nadie confíe en la genuina vocación democrática, humanista y cristiana del partido. El daño ocasionado ha sido inmenso, y su reparación, una empresa de largo alcance. Sin embargo, el hecho objetivo es que la Democracia Cristiana está procurando que funcionen sus instituciones ejecutivas, deliberantes y de justicia, conforme a la ley y el derecho, para proteger sus procedimientos democráticos y también su patrimonio.

Por dos tercios de la Junta Nacional del PDC, los impulsores del Rechazo perdieron la tesis por la cual se permitían sin ser sancionados hacer proselitismo ético. Una propuesta insostenible desde la doctrina y desde el autoacordado del Tribunal Supremo, como es la libertad de acción cuando se trata de fijar un comportamiento colectivo. Pero no aceptaron la decisión porque no acatan la institucionalidad democrática y porque desafían la voluntad del partido, como quien iza pabellón extranjero autorizado por una patente de corso. Se aliaron con la derecha y formaron un comando por el Rechazo, al tiempo que desplegaron una campaña de prensa, radio, televisión y redes sociales, con el fin de desacreditar la opción democratacristiana. De hecho, la senadora Ximena Rincón aparece en una franja televisiva del Rechazo que, según El Ciudadano, es financiada por la derecha extrema. Rincón niega que el Tribunal Supremo de la DC tenga competencia legal para juzgar su comportamiento.

Esperan conseguir legitimidad para este tipo de conductas, pero tal pretensión es tan indefendible como en el pasado lo fue recibir aportes financieros de Álvaro Saieh y SQM y, no obstante las censuras éticas, aceptarlos de buena gana. Es lo mismo que declarar que se apoyó al Gobierno de Michelle Bachelet porque se confirmaron sus proyectos de ley, cuando en la práctica solo pudieron votarse aquellas iniciativas legislativas que la directiva de entonces no embargó, dejando al resto atrapado en el cedazo de la política de los matices programáticos, o sea, en el hago lo que quiero y no lo que obligan mis compromisos. O servir al Gobierno de Sebastián Piñera mientras se dice que la ciudadanía ha situado a la falange en la oposición.

La traza de estos simulacros de compromiso democrático es de larga data, y su análisis no podría agotarse en las posibilidades que permite este relato, pero una cosa es clara como el agua: los excesos de los expresidentes, activos impulsores del Rechazo y reluctantes a la línea oficial del partido, son la tempestad desatada por los vientos que ellos han venido sembrando durante sus respectivas gestiones y que han llevado a la Democracia Cristiana a su actual estado. Un camino al neoautoritarismo basado en la simulación de la democracia, del pluralismo y de la tolerancia, que altera el curso de las instituciones y acomoda las prácticas políticas para asegurar la conservación del poder de quienes lo detentan. Una estrategia que socava la democracia y las libertades, y traiciona la promesa de respeto a las personas y a las asociaciones que configuran la sociedad chilena.

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